A los trece años, Juan María Vianney no sabía leer ni escribir. El francés lo hablaba mal pues en su granja usaban el dialecto de la zona. Cuando decide hacerse sacerdote tiene alrededor de 20 años. Escribe: “No podía depositar nada en mi torpe cabeza”, recuerda años más tarde. El latín no le entra pues tampoco sabe gramática francesa. Se queda noches estudiando, pero no avanza. Llega a desesperarse, y un día comunica al reverendo Balley: “Quiero volver a mi casa”. Le hace cambiar de opinión cuando le dice que “entonces, ¡adiós a tus planes! ¡Adiós al sacerdocio! ¡Adiós a las almas!”. A pesar de su torpeza para los estudios, Juan María tiene una sabiduría especial: su sintonía con el bien. Después de superar innumerables dificultades, con 25 años, recibe la tonsura y es destinado como párroco a una pequeña aldea: Ars.
Desde el primer momento, llama la atención a la gente del pueblo cómo reza y celebra la Eucaristía el nuevo cura. Con su persona es austero, y generoso con Dios y con los demás. Le importa tanto cada persona que pone todo lo que está de su parte para que no pasen necesidad. Quiso mucho a los pobres. Quiso mucho a los pecadores. Era consciente de que Dios ama a cada ser humano hasta la locura, y él quiso amar así.
Santificado, después de su muerte el 4 de agosto de 1859, dicho día fue designado como el “Día del Párroco”. Durante el año 2010, el Papa Benedicto XVI, determinó que en esa fecha quedaría institucionalizado el Día del Sacerdote.
Por ese motivo, el jueves 4 se celebró en la parroquia Santa Julia, una misa Concelebrada en homenaje a su párroco, Monseñor Antonio Aloisio.
En su homilía, Monseñor expresó: “La parroquia debe ser siempre una comunidad orante, de servicio y misionera”.
Finalizada la misma, la comunidad de la parroquia se reunió en las instalaciones del colegio Monseñor Sabelli, para compartir un vino de honor junto al sacerdote que, ya lleva 22 años como párroco de Santa Julia.
Allí se vivieron momentos sumamente emotivos cuando, varios fieles, expresaron su agradecimiento al padre Antonio, que en noviembre ha de cumplir 40 años de sacerdote. Fueron muchas las demostraciones de afecto brindadas por parte de los presentes. A tal punto que, las lágrimas brotaron de los ojos de Monseñor.
Aloisio agradeció todas las sentidas palabras y reafirmó su “Amor entrañable y pasión por la Iglesia”.
Un merecido homenaje a quien lleva adelante su ministerio en el barrio de Caballito, brindando siempre lo mejor de si. Un verdadero mensajero del amor de Cristo y un puente entre Dios y los fieles.
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