ÁNGEL «KELY» CONTELA: DE TÉCNICO QUÍMICO A CRONISTA DEL BARRIO DE CABALLITO
Con gran pesar despedimos al amigo Ángel Kelly Contela, quien fuera integrante de la Junta de Estudios Históricos de Caballito, apasionado de su barrio y de su club, Ferro Carril Oeste.
Ángel falleció el 7 de marzo y hay queremos recordarlo con un texto de su autoría que publicamos hace algunos años:
“¿Qué querés ser cuando seas grande?”, era la pregunta que solía escuchar con frecuencia de niño. “Aviador o poeta”, respondía sin dudarlo. No logré el primer objetivo, pero la vida me dio la oportunidad de alcanzar el segundo. ¿Acaso cada
recuerdo no está repleto de poesía? “Viejo barrio, perdoná si al evocarte / se me pianta un lagrimón…” dice el famoso tango Melodía de Arrabal, frase a la que suelo agregar otra de mi cosecha personal: “Los grandes amores perduran en el tiempo…
fuesen cuales fuesen sus contingencias”. Es que el amor al barrio, a esos rincones donde transité mis primeros treinta años de vida, retorna una y otra vez de manera incondicional; ese amor hizo posible que alcanzara el sueño de ser escritor, actividad que hoy me convoca y me sostiene.
Me llamo Ángel Contela y nací en octubre de 1933 en Caballito. Distintas circunstancias de la vida me alejaron de allí, pero siempre estoy volviendo, como se retorna a esos amores que uno nunca abandona. Hice la primaria en la Escuela N° 3
“Primera Junta”, por entonces ubicada en Av. Rivadavia 5245. De allí pasé al ENET N°4 de Lacarra entre Juan B. Alberdi y Directorio, donde egresé como técnico químico en 1952. Ese mismo año empecé a trabajar en un laboratorio de análisis de cueros, textiles y bromatología en el que permanecí hasta jubilarme en 1998, con cuarenta y seis años de antigüedad. Otros tiempos sin duda.
En la década de 1960 empecé a incursionar en el mundo del arte trabajando como marchand. Al salir del laboratorio por la tarde solía quedarme observando a la acuarelista Lola Frexas, quien comenzaba su carrera artística. Le propuse vender sus
cuadros y ella aceptó, manteniendo una relación comercial que perduró hasta su fallecimiento. También vendí obras de Iván Vasilef y de pintores de La Boca como los hermanos Imperiale, Menghi, Sevilla y varios más.
Esta actividad me dejó muchas satisfacciones, pero todavía quedaba pendiente mi deseo de escribir, esa vocación que empecinadamente pulsaba adentro mío de manera constante.
Poco antes del momento de jubilarme, pasados los 60 años, empecé a estudiar tres carreras terciarias: Coordinación Grupal, Psicología Social y Consultoría Psicológica.
En ocasión de realizar un trabajo práctico de Psicología Social me acerqué a un taller que formaba parte del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano. Me impactó el trabajo comunitario que allí realizaban e hice mi propia propuesta: coordinar un espacio de reflexión al que llamaría “Puerto de Ilusiones”. Durante diez años estuve al frente del taller, reuniéndonos en la pizzería El Cuartito. Allí abordamos temáticas tan diversas como la amistad, la solidaridad, la violencia, la rutina, los miedos, la soledad, etc.
Por entonces ya me sentía más confiado para dar los primeros pasos en la escritura y lo hice de la mano de dos publicaciones autobiográficas: Puerto de Ilusiones y Un argentino en Calabria, libros editados por Corregidor. En el primero de ellos recopilé anécdotas, poemas y escritos que tenía guardados de manera dispersa, registro de recuerdos y vivencias acumuladas a lo largo de los años. En el segundo pude plasmar la experiencia de mi viaje a mis orígenes en el sur de Italia, la tierra de mi padre. De esta manera iban cumpliéndose muchas de las asignaturas pendientes.
En 2004 comencé a publicar algunos artículos. Mi alegría fue inmensa al ver mis textos publicados . Fui convocado para escribir en publicaciones barriales como Horizonte, La Revista de Caballito, Gente de Ferro y Periódico ABC.
Poco tiempo después que apareciera en Horizonte la nota titulada “La otra calle de mi esquina… Rojas”, el entonces presidente de la Junta de Estudios Históricos del Caballito, Arq. Aquilino González Podestá, me invitó a integrar dicha entidad, a la cual pertenezco desde entonces.
Fue en la Junta, allá por 2009, donde propuse homenajear a mi barra de la esquina de Rojas y San Eduardo (hoy Aranguren), la cual cumplía 70 años de sus comienzos. Mi idea fue colocar una placa recordatoria en esa ochava del barrio. La iniciativa, que en un primer momento me pareció algo descabellada, fue bien recibida. Al año siguiente, en febrero de 2010, y con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de Caballito, se descubrió la placa en un emotivo acto. Aún puede vérsela en Aranguren 801. Puedo decir con honda satisfacción que esta iniciativa tuvo eco en otras barras
de esquinas del barrio, replicándose los homenajes en Valentín Virasoro y Arengreen, Paysandú y Planes, Neuquén y Espinosa y Arengreen y Fragata Sarmiento. En todos los casos los homenajes fueron promovidos por los mismos integrantes de las barras, adhesiones que confirmaron que la idea no era tan “descabellada” y que estos espacios de encuentro, verdadero aprendizaje grupal de la vida cotidiana, perduran en el tiempo y merecen ser recordados con afecto.
Mi tarea como escritor no se detuvo y en 2007 publiqué un entrañable cuadernillo titulado El legendario Roque Marrapodi, el “arquero que volaba”, tema que amplié en 2012 con la publicación de Roque Marrapodi. Una historia de alto vuelo, ya en forma de libro. Todo empezó con el deseo de un grupo de amigos de recuperar la historia de este increíble jugador de Ferro, dando a conocer a las nuevas generaciones sus hazañas en el arco verdolaga. Nunca imaginamos la repercusión que alcanzaría aquel modesto cuadernillo, plasmada en la llegada al club de notas periodísticas, poemas y composiciones musicales hasta la recuperación de la pequeña valija de cuero marrón que el Flaco utilizaba cuando atajaba en Ferro, con sus botines de fútbol y rodilleras en el interior.
En 2016 vio la luz mi último libro «Un agradecido muchacho de esquina», donde pude reunir en un solo espacio todas estas experiencias relatadas y vividas. Finalmente, y ya en 2022, se publicó el artículo “Aquella tarde inolvidable en Caballito” que escribí para una antología realizada por Cultura de AFA llamada «Historias de hinchas y sus clubes». En él hago referencia a los 40 años del logro del primer campeonato de Primera División de Ferrocarril Oeste, ocurrido el 27 de junio de 1982.
Tal como lo expresa el título de mi último libro, no tengo más que palabras de agradecimiento a la vida “que me ha dado tanto” y por ello, a modo de cierre, quisiera compartir estas reflexiones que escribí en tres momentos diferentes y que, una vez reunidas, tomaron forma similar a un poema, aunque no tengo la certeza de que
realmente lo sea:
CABALLITO
UN ROMANCE SIN FIN
Gracias… Caballito
por tantos y tan bellos recuerdos
vividos bajo tu cielo.
Y por haberme dado
aquella barra inolvidable:
la de tu vieja esquina
de Rojas y San Eduardo.
Además, cómo no querer a Caballito
si por sus calles
caminé la vida
y en sus entrañas
consumí mi infancia.
Amamos a Ferro y Caballito
desde entonces y allá lejos,
cuando no habíamos tenido aún
la primera cita
ni ese sabor a rouge
del primer beso.
Ángel “Kelly” Contela
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