Un 20 de junio de 1820, moría en Buenos Aires Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Ese abogado, General de la Patria, vocal en 1810, de la Primera Junta de Gobierno, dejaba este mundo sumido en el dolor y la miseria. Pagaba sus deudas con el médico, con un reloj de bolsillo y, tuvo lápida hecha con el mármol de la tapa de una cómoda.
Ese Belgrano que, fue puesto de abogado a general en una noche. Ese Belgrano que comandaba ejércitos sin instrucción ni convencimiento. Ese Belgrano que vio a sus hombres desbandarse en la campaña del Paraguay, por la que fuera juzgado y absuelto; fue enviado al Norte para recibir un ejército en desbandada, que no en retirada.
El Brigadier General Manuel Belgrano, hizo un alto en las barrancas del Paraná. Allí, en las recién instaladas baterías, formó a su tropa y les hizo jurar una bandera propia.
Arriada estuvo la roja y gualda del Rey Fernando VII. Al tope del mástil, flameando por sobre el bicornio de Belgrano, la nueva enseña del ejército: la blanca y azul celeste.
Una enseña que nos identificaba como una nueva Nación.
Como suele suceder en nuestra Patria, aun desde sus comienzos, los políticos de Buenos Aires, le ordenan al General ocultarla. La idea era luchar contra Fernando pero, que éste no se diese cuenta.
Cuando arriba a Jujuy, la situación es desesperada. Los restos del ejército regresan sin armamento, casi desnudos, y sin moral. Las deserciones abundan, la población civil se les pone en contra. Reacción lógica, cuanto más con las tropas realistas avanzando desde Bolivia y a pocos días de la ciudad.
Es necesario levantar la moral de todos, ejército y civiles. Desde Buenos Aires le llega la orden de retroceder.
Belgrano, a pesar de la prohibición, despliega la nueva bandera en el Cabildo de Jujuy. Arenga a los ciudadanos y a la tropa. Organiza el éxodo jujeño. Los pobres, los marginados, los desclasados, abandonan la ciudad. Sólo quedan los godos y sus simpatizantes. Los genuflexos que esperan salvar sus abundantes bienes ofreciéndoselos a las tropas realistas.
Belgrano reorganizó el ejército con voluntarios locales y, los esperó en Tucumán.
Aunque marcharon al combate con la bandera del Rey, la blanca y azul celeste quedó en custodia de la Virgen de las Mercedes. Y, Ella, hizo el milagro.
El ejército realista de Tristán avanzaba con 3000 soldados veteranos y 13 piezas de artillería de montaña. Lo esperaban 900 soldados y mil seiscientos reclutas.
La batalla fue de una enorme complicación. Concurrieron tantos imprevistos, que el general Paz recordaría en sus Memorias no haber visto algo así en otras acciones militares en que se encontró.
Un ejército en superioridad numérica y técnica se enfrenta con una infantería provista de cuchillos; una caballería pertrechada de lanzas, puñales, lazos y boleadoras; y una artillería por demás rudimentaria.
Inicia el combate la artillería patriota. Carga la infantería contra el centro del enemigo, mientras que la caballería tucumana se lanza como una tromba por la derecha dando alaridos y golpeando con sus rebenques los guardamontes.
Hasta los elementos de la naturaleza se abatieron sobre el campo de batalla: un terrible huracán oscureció el cielo y una manga de langosta se arrojó sobre los combatientes.
Luego de marchas y contramarchas el triunfo sonrió al pueblo de la patria. El parte de batalla del general Belgrano reconoció la protección de María de la Merced.
“La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos”.
Y llegamos así al 28 de octubre. Belgrano había dispuesto una procesión en agradecimiento a la Virgen de la Merced. Relata el General Paz:
«Repentinamente el General deja su puesto, y se dirige solo hacia las andas en donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General; quien, haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda por el cordón en las de la imagen de Mercedes. Hecho esto, vuelven los conductores a levantar las andas, y la procesión continúa majestuosamente su carrera. La conmoción fue entonces universal; hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar; al menos yo no me encuentro capaz de ello. Si hubo allí espíritus fuertes que ridiculizaron aquel acto, no se atrevieron a sacar la cabeza.»
Cinco meses más tarde, Belgrano, enterado que la bandera de su creación ya había sido izada en Buenos Aires y en Córdoba, sin aceptación ni oposición del gobierno, decide, por fin, ponerla al frente de su ejército.
Así, bajo la advocación de la patrona Nuestra Señora de las Mercedes, se enfrenta a los realistas en la batalla de Salta, con la blanca y azul celeste al frente de las tropas patriotas.
La bandera debió esperar hasta 1816 para ser oficializada por el Congreso de Tucumán, el que le agregó el sol a la de guerra.
Más tarde, le agregaron otra franja azul celeste. Luego, los federales, le oscurecieron el celeste hasta un azul casi negro, le agregaron leyendas partidarias y gorros frigios.
Vencidos éstos, los unitarios le lavaron el azul celeste hasta convertirlo en un celeste pálido.
Hoy, la Bandera Nacional, retomó su color original. Azul celeste, como el color de la dinastía Borbónica o el manto de la Virgen.
Hoy, algunos proponen quitarle el sol y, cambiarlo por un pañuelo blanco.
Blanca y azul celeste, azul negro y blanca, celeste pálido y blanca, ella sigue flameando sobre nuestras contradicciones, odios, apatías, transformaciones, ideologías y mezquindades.
Nos sigue hablando de la Patria y el orgullo. De nuestros héroes, de nuestros muertos, de nuestras victorias y nuestras derrotas. Aunque a veces la sintamos más en una camiseta de fútbol que en el tope de un mástil.
Quizá el mensaje sea que nuestro más sagrado símbolo, aquél al que muchos juramos ofrendar la vida; juramento que, otros muchos cumplieron al pie de la letra, fuera creada por alguien que, un 20 de Junio de 1820, murió pagando sus deudas con un reloj, y usando de lápida la tapa de una cómoda.
Argentinos, levantemos la vista a nuestra querida Bandera azul celeste y blanca, con su sol en el centro, y recordemos a quien nos la lego.
Brigadier General Manuel Belgrano: ¡Presente!
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