Usted, como tantos otros ustedes, se supone y suponen; racionales, cultores de la lógica y, porque no hasta casi, casi… inteligentes.
Una especie de faro que, esparce a su paso la luz que ilumina las ignorantes oquedades, siempre ajenas, por supuesto.
Hasta que un día, digamos, para estar actualizados, un 7 de enero de 2012; un persistente y lacerante dolor, en verdad muy jodido, se le instala en el medio del pecho.
Usted, además de casi, casi inteligente está forjado en la dureza. No será la del acero Krupp… al menos fue el de ACINDAR. Así que, se clava un Ibuprofeno 600 y, sigue aguantando con los dientes apretados, el dolor, durante las siguientes tres horas.
A esa altura, usted accede a que, su mujer, llame a un amigazo, médico del Durand, el Dr. José Luis Senlle, quien le manda al SAME. Es en ese momento en que usted, “inteligentemente” advierte que, el Ibuprofeno es algo inocuo ante un infarto.
Una vez más, la lucidez racionalista, emana de su persona, aunque un poco opacada por un si es, no es de…. cretinismo.
Ya sentado en la ambulancia, usted es conciente que está jugado. De lo que no es conciente es de los porcentajes a favor y en contra.
En la camilla de la Guardia, viendo pasar los fluorescentes de los techos del Durand, con rumbo a la Unidad Coronaria, aguantando la puntada (y, las puteadas), se da en pensar que no lo hizo tan mal, al menos iba a dejar atrás más buenos recuerdos que malos olvidos.
Como buen caballitense y periodista del barrio, no podía terminar en otro sitio que no fuera el viejo y querido Durand (aquí la palabra “terminar” no tiene el valor de una parábola, aquí fue casi literal).
En la Unidad Coronaria tuvo como un flash back a los ’60. Para bajarle el dolor 10 sobre 10 (eso en la jerga médica es la medida máxima de dolor), le generaron psicodélicos cielorrasos, con luces, movimiento y oníricas formas, a punta de morfina.
Allí comenzaron a intervenir, en su atención y cuidados, decenas de personas. Desde médicos, hasta aquellos que le alcanzan las viandas. Profesionales abocados a su trabajo y dedicados a su atención. Todos ellos agentes del GCABA. Todos ellos con magros salarios y, muchos en busca de horas extras que compensen sus ingresos.
Sin embargo allí estaban, atentos, profesionales, conteniéndolo.
Como si usted estuviese viendo una película cortada y empalmada al azar, su recuerdo salta al quirófano. De éste recuerda el reflector circular, apagado, y varias personas circulando a su alrededor. Ni cuenta regresiva , ni lenta pérdida de conciencia. Sólo una visión que, luego supo que nunca existió, de su mujer y sus dos hijas, asomadas sobre usted, con el fondo de los fluorescentes de los techos del Durand.
Cuando despertó, supo que estaba en el Sector de Recuperación, en el séptimo piso.
Habían pasado 12 días desde que subiera a la ambulancia del SAME, para usted no más de tres días. Aquel jueves 19 de enero lo habían operado.
Una operación complicada. Cortar el esternón al medio, separar las costillas, algo así como preparar un cordero al asador, dejar al descubierto el corazón, extraer una vena de la pierna izquierda y, realizar tres By Pass, para remplazar otras tantas arterias obstruidas en un 100 %. Volver a colocar todo en su lugar y, en el mientras tanto, pasaron seis horas de operación. Seis horas donde todos y cada uno de los miembros del equipo, se dedicaron a usted. Sudaron por usted y se estresaron, por usted.
Pasados los días, y ya en pleno trabajo de recuperación, usted se entera que unas quemaduras que tiene en el pecho fueron producidas por un desfibrilador. Se entera entonces que dos veces “se quedó” durante la operación.
No hubo túnel, ni luces enceguecedoras. Seguramente lo que hubo fue que hay que seguirla remando aquí. No está mal.
Le llegan comentarios que, fue operado con más probabilidades de que sus familiares, en la sala de espera del quirófano, recibieran un lacónico “Hicimos lo que pudimos” en lugar del “Su marido es un héroe. Superó una situación más que difícil”.
Cuando usted iba hacia el Durand, sentado en la ambulancia, estaba conciente de estar jugado, de lo que no era conciente era de los porcentajes. Hoy, los conoce 75% en contra, 25% a favor.
Hace 40 años, usted se apoyó en un bastón psicológico: el cigarrillo. No viene al caso analizar los porqués, sin embargo, hoy, el resultado de ese placer genial, sensual, está a la vista.
Hace largo tiempo usted se relegó a si mismo y a los suyos, ante pequeñas estupideces y mezquindades que, fueron lacerando su alma. Eso que se da en llamar stress.
El 7 de enero, decenas de personas se preocuparon por usted. Trabajaron por usted. Lloraron por usted. Rezaron por usted.
Por todo eso usted tiene ahora una nueva fecha que festejar, algo así como un nuevo cumpleaños: el 19 de enero.
Surgen también nuevos planteos: respecto al cigarrillo, las prioridades, preocupaciones y malasangres; hay casi cien voces que le recordarán de aquí en más: ¡Es una segunda oportunidad, imbécil!
¡Gracias a todos y al viejo y querido Hospital Durand!
Sin duda, llegó el momento de agradecer:
Yo, Héctor Núñez Castro, quiero, agradecerles a todos los que dedicaron su trabajo, sus conocimientos, su vocación, su paciencia para sacarme adelante. Al equipo de cirugía encabezado por el Dr. Jorge Griotti. Los doctores: Covello, Jefe del Sevicio; César Diplotti; Julio César Rodríguez; Bruno Monacci; Dra. Gioia, anestesista; Cristián Pazos, residente y César Lopardo, Jefe de Residentes.
A todos los enfermeros y enfermeras, quienes me facilitaron la recuperación. Lamento me queden nombres en el olvido, pero aunque no figuren en esta desmemoriada lista siempre estarán en mi corazón (aunque esté un poco estropeado). Ariel, Hugo, Jorge, Roberto, Alejandra, Vicente, María Rosa, Héctor y, muchos más.
Un gracias enorme y gigante a los amigos que estuvieron apoyando y haciendo el aguante, a Liliana y Carlitos, Marcelo y Patricia, Marcelo y Estela, Arnaldo y Laura, a Fabrizio, Gustavo, a Juan Carlos que se vino desde Mar del Plata, a mis dos princesas Ursula y Erika, a Laura y a Roli. Gracias Mandy y Héctor por sus oraciones, son tantos gracias, gracias, gracias, que sé que me estoy olvidando injustamente de mencionar a muchos.
También un abrazo enorme a quienes concurrieron presurosos a donar su sangre para mantenerme vivo. Gracias a: Ignacio Merel, Agustina La Porta, Cristina (de Colchones Roller), Fabián Fernández, Leonardo Ballestero, Pablo, Roli, Danel, Ursula, Germán, Ricardo Bourke, Juan Carlos Dech y Marina Bussio, cuya sangre es fácilmente identificable, dado que es “verde caballitense”… ¡gracias Nena!
Gracias, Héctor por el agradecimiento.
¡¡¡Qué bien que pudiste salir de este momento tan difícil y volver a tu vida normal y cotidiana. ¡¡¡¡Muy buena la caricatura que dice «vamos Marina que hay que organizar el día de Caballito»!!!
Gracias Héctor por tus sinceras palabras, y ojala nos ayude a muchos para poder bajar un cambio y disfrutar junto a los afectos. Fuerza, Paciencia y Sabiduría para continuar en este camino de la Vida. Vaya un afectuoso saludo y un cariño sincero, para los dos y una felicitación enorme para esa gran mujer que te acompaña.
HOLA: MIRE NO LO CONOZCO PERO SI A UNO DE LOS QUE ESTUBO CON UD. CESAR DIPLOTTI ES MI HERMANO, EL ES UN HEROE NO TENGO DUDAS ME EMOCIONA VER EL RESULTADO DEL SACRIFICIO QUE HIZO EL PARA PODER VOLCARLO EL UD. Y TANTOS OTROS. UN ABRAZO LILO.