El miércoles 28 de diciembre, en horas de la mañana, el director del Hospital de Quemados, Dr. Juan Carlos Ortega, expuso en el Aula Magna un balance de la institución de lo acontecido durante el año 2011.
Ante la presencia de personal de diferentes áreas e invitados, el Dr. Ortega comentó que entre los proyectos concretados se creó la Sud Dirección Administrativa, se mejoró el área de Recursos Humanos, se realizaron diferentes Talleres, se creó el Comité de Etica y se trabajó en el Proyecto de Células Mesenquimales (se trata de un proyecto propio de desarrollo de Células Madres). En el área de Informática se amplió la Red , se incorporó nuevo equipamiento y se actualizaron los sistemas vigentes. En cuanto a las obras en ejecución se está ampliando el sector de Terapia Intensiva Pediátrica. Al referirse a los proyectos para el año 2012, manifestó que se pondrán en funcionamiento 2 montacargas y se trabajará en nuevas instalaciones en el tercer piso del Hospital.
Finalmente, el Dr. Ortega tuvo un recuerdo especial para María Cristina Vallote, Hilda Iriarte y Lidia Ortiz Román, tres mujeres que se desempeñaron en diferentes áreas y que fallecieron en el transcurso del año.
Luego de la exposición del director, el Dr. Raúl Hashiba, vecino de Caballito, fue invitado a relatar sus recuerdos y anécdotas relacionados con la fundación y primera etapa del Hospital de Quemados.
“El ministro Ramón Carrillo, cuenta Hashiba, a finales de los ‘40, aceptó el proyecto de un dispensario para quemados del joven médico, el Simón Kirschbaum.
Lo creó con nivel de Instituto y designó al desconocido Kirschbaum como su director.
Ejercía yo, por aquel entonces, como practicante mayor en dicho Instituto del Quemado, que ocupaba las viejas instalaciones de la Maternidad Sardá en Viamonte y Uriburu.
Con más pasión que recursos, todos los integrantes del Instituto, desde su director, hasta la cocinera voluntaria, Isabel; quien nos cocinaba ad honorem, nos volcamos a la labor de curar y estudiar.
Tanto de pasión había que, pasados dos años de intenso trabajo, casi nadie estaba nombrado y, por supuesto no cobrábamos sueldo alguno, al igual que nuestra cocinera, dependíamos de la solidaridad de los vecinos que nos acercaban algunas vituallas durante las largas guardias.
Una mañana desperté inspirado, producto sin duda de la juventud y la inconciencia. Reuní a un grupo de colegas y enfermeras y les dije: «Vamos a ver a Perón».
A las cinco de la mañana estuvimos firmes en la Casa de Gobierno, ya que sabíamos que el Presidente llegaba a las seis.
El personal de guardia trató de disuadirnos, pero, con total firmeza expresamos nuestra decisión de ver al Presidente. A las seis en punto el general Perón traspasaba la puerta en dirección a su despacho, con una sonrisa nos saludó y siguió su camino.
Poco más tarde un empleado nos anunciaba que el Presidente dispuso que nos recibiera el capitán Domínguez, una especie de enlace con el Ministro de Salud. Allí mismo el capitán nos cita para una entrevista con el Ministro Carrillo.
El día de la entrevista estuvimos todos presentes, se abrieron las puertas del despacho, y, en una larga mesa estaban sentados el Ministro y una decena de funcionarios.
El Dr. Carrillo nos vio y dijo: «¿Qué pasa, muchachos?» Expusimos nuestras demandas y el capitán Domínguez, sin duda en un afán de ser «más papista que el Papa», comenzó a increparnos duramente, siendo silenciado por el ministro.
Así fue que llegaron los nombramientos. Quizá por el apuro o la falta de cargos; quizá por ser mis ancestros japoneses y estar mis paisanos identificados como tintoreros o floricultores; me nombraron… «Jardinero de Primera».
Así, además de cumplir con mis obligaciones médicas, di un sentido al nombramiento plantando una magnolia, que aun puede verse, en la esquina de Viamonte y Uriburu.
El Instituto del Quemado pasó a depender de la Fundación Eva Perón y, bajo el auspicio de la misma, creció. Tanto crecimos que a poco tiempo se hizo necesario más espacio.
Envalentonado por el éxito de mi gestión anterior con el Presidente Perón, me fui a ver a la «Señora». Evita me escuchó y me dijo: «Bueno, pibe, buscá un lugar, e informame».
Por aquel entonces, el actual Edificio Cóndor estaba en construcción y pertenecía a la UTA. Tal cual lo acordado, le llevé a Evita la propuesta, pero cuando le dije el precio, 15 millones de pesos, rechazó la opción por demasiado cara.
Por un par de años seguí buscando un lugar para el Instituto, en el ’55 ocurrió la Revolución Libertadora y pasamos a depender de la Municipalidad.
El Dr. Kirschbaum se debió exiliar en Perú, donde fuera distinguido con el grado de coronel del Ejército Peruano.
El Instituto se transformó en el Hospital del Quemado y le fue asignado el edificio del Hospital Bosch, su actual ubicación en Caballito.
Fue pasando el tiempo, y aquí estamos; con una institución orgullo de la medicina Argentina en toda América.
Finalmente, el Dr. Raúl Hashiba, emocionado y con su voz quebrada, recordó a la Madre Teresa de Calcuta cuando dijo: «No permitas que nadie se aleje de ti sin ser un poco mejor y un poco más feliz…»
Muy emocionado despues de leer este articulo en Facebook. En 1941 con un año de edad fui a vivir a un departamento en la casa del Dr. Raul Hashiba en Liniers. Recuerdo muy bien las charlas con Pablo Hashiba (Padre de Raul) que me convencieron para estudiar tambien medicina en la UBA. Don Pablo me contaba en forma detallada todo lo que tuvo luchar Raul para alcanzar sus objetivos. En el año 1965 me recibi de medico y la primera persona que me visito para felicitarme fue el Dr. Raul Hashiba. En 1972 emigre a Europa, trabaje en Alemania y despues en Suiza donde me radique definitivamente. Hoy con 72 años estoy jubilado y me dedico a ordenar mis recuerdos donde el Dr. Raul Hashiba juega seguramente un papel muy importante.
Dr. Carlos Sansano, Greyerzstrasse 70, 3013 Bern, Suiza
Muy buena la nota, un homenaje a quienes lucharon por su creacion. El famosisimo Hospital del Quemado.