La Navidad o Natividad es una fiesta en la cual se conmemora el nacimiento de Jesús, el Mesías, el Hombre que iba a salvar o salvó a la humanidad.
Pero, lamentablemente, la fiesta que debería unir a las familias y en la cual tendría que reinar el amor entre los seres humanos –creados por Dios como reyes del Universo– dotados de inteligencia, razón y alma sensitiva, se ha convertido, hace más de XXI siglos del sagrado nacimiento, en el predominio indiscriminado del comercio, la desunión familiar, la discordia y la desidia.
¡Cuantos hermnanos nuestros “festejan” solos –algunos por propia voluntad, otros porque no les queda otra alternativa–!
¡Cuántos hermanos hay en la calle, en geriátricos, en hospicios, enfermos física y espiritualmente, sin poder compartir con nadie la simple compañía de un amigo, un ser querido, un trozo de pan dulce o una copa de sidra!
El uso indebido de la ruidosa y estruendosa pirotecnia, trae como consecuencia lesionados que son asistidos en los hospitales especializados con la mejor buena voluntad de los profesionales; también la pirotecnia provoca mucho daño a los inocentes animalitos domésticos, que también son criaturas de Dios. En muchos casos son la compañía de muchos de nuestros allegados.
¿Cuándo la Natividad volverá a ser la luminaria de la unión, el perdón, el amor, la bondad, la paz, el amor, la bondad, la solidaridad? El gozo (gaudes) espirtual, moral y social deben ser el resultado de una festividad que una a todos los creyentes de todos los credos, a los agnósticos, a los ateos a todas las familias y a todos los pueblos.
Por: Fabián Fernández Pensa
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