ÁNGEL «KELY» CONTELA: DE TÉCNICO QUÍMICO A CRONISTA DEL BARRIO DE CABALLITO
“¿Qué querés ser cuando seas grande?”, era la pregunta que solía escuchar con
frecuencia de niño. “Aviador o poeta”, respondía sin dudarlo. No logré el primer
objetivo, pero la vida me dio la oportunidad de alcanzar el segundo. ¿Acaso cada
recuerdo no está repleto de poesía? “Viejo barrio, perdoná si al evocarte / se me
pianta un lagrimón…” dice el famoso tango Melodía de arrabal, frase a la que suelo
agregar otra de mi cosecha personal: “Los grandes amores perduran en el tiempo…
fuesen cuales fuesen sus contingencias”. Es que el amor al barrio, a esos rincones
donde transité mis primeros treinta años de vida, retorna una y otra vez de manera
incondicional; ese amor hizo posible que alcanzara el sueño de ser escritor, actividad
que hoy me convoca y me sostiene.
Me llamo Ángel Contela y nací en octubre de 1933 en Caballito. Distintas
circunstancias de la vida me alejaron de allí, pero siempre estoy volviendo, como se
retorna a esos amores que uno nunca abandona. Hice la primaria en la Escuela N° 3
“Primera Junta”, por entonces ubicada en Av. Rivadavia 5245. De allí pasé al ENET
N°4 de Lacarra entre Juan B. Alberdi y Directorio, donde egresé como técnico químico
en 1952. Ese mismo año empecé a trabajar en un laboratorio de análisis de cueros,
textiles y bromatología en el que permanecí hasta jubilarme en 1998, con cuarenta y
seis años de antigüedad. Otros tiempos sin duda.
En la década de 1960 empecé a incursionar en el mundo del arte trabajando como
marchand. Al salir del laboratorio por la tarde solía quedarme observando a la
acuarelista Lola Frexas, quien comenzaba su carrera artística. Le propuse vender sus
cuadros y ella aceptó, manteniendo una relación comercial que perduró hasta su
fallecimiento. También vendí obras de Iván Vasilef y de pintores de La Boca como los
hermanos Imperiale, Menghi, Sevilla y varios más. Esta actividad me dejó muchas
satisfacciones, pero todavía quedaba pendiente mi deseo de escribir, esa vocación
que empecinadamente pulsaba adentro mío de manera constante.
Poco antes del momento de jubilarme, pasados los 60 años, empecé a estudiar tres
carreras terciarias: Coordinación Grupal, Psicología Social y Consultoría Psicológica.
En ocasión de realizar un trabajo práctico de Psicología Social me acerqué a un taller
que formaba parte del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano. Me
impactó el trabajo comunitario que allí realizaban e hice mi propia propuesta: coordinar
un espacio de reflexión al que llamaría “Puerto de Ilusiones”. No fue fácil lograr que
aceptaran este nombre por su carácter ficticio, pero finalmente alcancé mi objetivo y
durante diez años estuve al frente del taller, reuniéndonos en la pizzería El Cuartito.
Allí abordamos temáticas tan diversas como la amistad, la solidaridad, la violencia, la
rutina, los miedos, la soledad, etc. Mi mayor alegría es que este espacio aún se
mantiene vigente con la misma denominación coordinado por Zulma Fuentes, siendo
uno de los más antiguos del Programa.
Por entonces ya me sentía más confiado para dar los primeros pasos en la escritura y
lo hice de la mano de dos publicaciones autobiográficas: Puerto de Ilusiones y Un
argentino en Calabria, libros editados por Corregidor. En el primero de ellos recopilé
anécdotas, poemas y escritos que tenía guardados de manera dispersa, registro de
recuerdos y vivencias acumuladas a lo largo de los años. En el segundo pude plasmar
la experiencia de mi viaje a mis orígenes en el sur de Italia, la tierra de mi padre. De
esta manera iban cumpliéndose muchas de las asignaturas pendientes, pero siempre
mantenía el deseo de volver al barrio para devolverle esos recuerdos que persistían
intensamente adentro mío.
Una fecha clave para comenzar a cumplir este sueño fue el 28 de julio de 2004, día
en que el club de mis amores, Ferrocarril Oeste, celebró sus cien años de existencia.
Además del reencuentro con amigos entrañables, en esa oportunidad se abrió una
nueva faceta en mi vida de jubilado activo y observador: me transformé en cronista
barrial, uno de los regalos más inesperados que me dio la vida.
Unos meses antes, la revista Gente de Ferro había invitado a lectores y vecinos a
enviar notas con anécdotas e historias del barrio y del club para publicar en el número
especial que editaría con motivo del centenario. Mi alegría fue inmensa al ver
publicados los tres artículos que mandé: Viejo barrio… perdoná si al evocarte se “me
pianta” un lagrimón, Recuerdos nostágicos de la vieja cancha y un par de reflexiones
con anhelo de poesía que la revista sumó a una sección llamada “Inspiración es lo que
sobra”. Lo verdaderamente mágico de estas notas fueron sus consecuencias debido a
que, gracias a ellas, fui convocado para escribir en publicaciones barriales como
Horizonte: la revista de Caballito, Periódico ABC y Ágora XXI, además de la ya
mencionada Gente de Ferro, donde di el puntapié inicial.
Poco tiempo después que apareciera en Horizonte la nota titulada “La otra calle de mi
esquina… Rojas”, el entonces presidente de la Junta de Estudios Históricos del
Caballito, Arq. Aquilino González Podestá, me invitó a integrar dicha entidad, a la cual
pertenezco desde entonces. Fue en este espacio donde escribí para la revista
institucional Voces de Caballito y la página web buenosaireshistoria.org. También fue
en la Junta, allá por 2009, donde propuse homenajear a mi barra de la esquina de
Rojas y San Eduardo (hoy Aranguren), la cual cumplía 70 años de sus comienzos. Mi
idea fue colocar una placa recordatoria en esa ochava del barrio. La iniciativa, que en
un primer momento me pareció algo descabellada, fue bien recibida. Al año siguiente,
en febrero de 2010, y con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de
Caballito, se descubrió la placa en un emotivo acto. Aún puede vérsela en Aranguren
801. Puedo decir con honda satisfacción que esta iniciativa tuvo eco en otras barras
de esquinas del barrio, replicándose los homenajes en Valentín Virasoro y Arengreen,
Paysandú y Planes, Neuquén y Espinosa y Arengreen y Fragata Sarmiento. En todos
los casos los homenajes fueron promovidos por los mismos integrantes de las barras,
adhesiones que confirmaron que la idea no era tan “descabellada” y que estos
espacios de encuentro, verdadero aprendizaje grupal de la vida cotidiana, perduran en
el tiempo y merecen ser recordados con afecto.
Asimismo, en el marco de los festejos por los 100 años de Ferro, logré que la estimada
Cora Cané mencionara este acontecimiento en su espacio Clarín Porteño (sección que
escribía diariamente en la contratapa del matutino) el mismo 28 de julio de 2004. Digo
“logré” porque mis pedidos fueron tan perseverantes que no tuvo más remedio que
aceptarlo ya que no acostumbraba hacer referencia a este tipo de hechos. Al día
siguiente le agradecí “la excepción a la regla” por mencionar al barrio y al club de mis
amores y de tantos otros verdolagas de alma.
Mi tarea como escritor no se detuvo y en 2007 publiqué un entrañable cuadernillo
titulado El legendario Roque Marrapodi, el “arquero que volaba”, tema que amplié en
2012 con la publicación de Roque Marrapodi. Una historia de alto vuelo, ya en forma
de libro. Todo empezó con el deseo de un grupo de amigos de recuperar la historia de
este increíble jugador de Ferro, dando a conocer a las nuevas generaciones sus
hazañas en el arco verdolaga. Nunca imaginamos la repercusión que alcanzaría aquel
modesto cuadernillo, plasmada en la llegada al club de notas periodísticas, poemas y
composiciones musicales hasta la recuperación de la pequeña valija de cuero marrón
que el Flaco utilizaba cuando atajaba en Ferro, con sus botines de fútbol y rodilleras
en el interior. También se sumó el contacto personal con su hermana menor y la visita
a su ciudad natal, Guaminí. Una vorágine de recuerdos y anécdotas que llevaron a
varias reediciones del libro. Entendí entonces que uno de los secretos del oficio de
escribir era el de obrar de mediador, poniéndole palabras a sentimientos compartidos.
En 2016 vio la luz mi último libro Un agradecido muchacho de esquina, donde pude
reunir en un solo espacio todas estas experiencias relatadas y vividas. Finalmente, y
ya en 2022, se publicó el artículo “Aquella tarde inolvidable en Caballito” que escribí
para una antología realizada por Cultura de AFA llamada Historias de hinchas y sus
clubes. En él hago referencia a los 40 años del logro del primer campeonato de
Primera División de Ferrocarril Oeste, ocurrido el 27 de junio de 1982.
Tal como lo expresa el título de mi último libro, no tengo más que palabras de
agradecimiento a la vida “que me ha dado tanto” y por ello, a modo de cierre, quisiera
compartir estas reflexiones que escribí en tres momentos diferentes y que, una vez
reunidas, tomaron forma similar a un poema, aunque no tengo la certeza de que
realmente lo sea:
CABALLITO
UN ROMANCE SIN FIN
Gracias… Caballito
por tantos y tan bellos recuerdos
vividos bajo tu cielo.
Y por haberme dado
aquella barra inolvidable:
la de tu vieja esquina
de Rojas y San Eduardo.
Además, cómo no querer a Caballito
si por sus calles
caminé la vida
y en sus entrañas
consumí mi infancia.
Amamos a Ferro y Caballito
desde entonces y allá lejos,
cuando no habíamos tenido aún
la primera cita
ni ese sabor a rouge
del primer beso.
Ángel “Kelly” Contela
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